Maynor Freyre - Textos Libros
Par de Sátrapas - [ Epílogo ]

Epílogo Par de sátrapas


   Nadie leyó la carta-memorial de “Los Poetas Vivos”. Un funcionario menor aceptó sus renuncias. Cómo la iban a leer, si su Presidente a los pocos días renunciaba por fax al cargo donde pretendiera perpetuarse y crear una dinastía con su hija casada con gringo yanqui. Se fue llevando los videos que lo incriminaban luego de emprender una falsa persecución en busca de su par al cual ya había entregado los 15 millones de dólares. No obstante, se metió con artimañas a la casa de la mujer oficial del Doc para robarse otros videos que lo incriminaban a él como Presidente y se los llevó en varias maletas. En el Japón, la tierra de sus antepasados, le habían prometido inmunidad, y se la dieron. Pero a diario, los nipones decentes, le enviaban cajas con espadas samuráis, para que así honrara a sus antepasados. Charli, trasladado a Tokio para redactarle sus memorias, se encargaba de almacenarlas en el sótano. No fuera que en un arrebato impensable al cobarde tramposo le aflorara una gota de decencia. El Doc -capturado y repatriado al fin y al cabo-- sentía, desde su celda en la Base Naval del Callao, los pasos cansinos del otrora líder de Trocha Encendida. Charli, calladito, el día menos pensado tomó su avión de retorno al Perú. Durante el vuelo ideaba cómo sorprender a su pandilla de colegas con un lomo saltado con toques ponjas y unas copitas del mejor sake que les estaba llevando.

   Al ver que se quedaba solo y desamparado, el Ingeniero trató de armarse de valor para hacerse el harakiri. Bajó al sótano y escogió el sable de apariencia más filuda. Lo pretendió sacar de su estuche con el mayor cuidado. Mas con los nervios y su torpeza connatural, se tasajeó apenas un trocito de carne del dedo pulgar de su mano izquierda. Ahí se percató, cuando vio chorrear su propia sangre, de que no poseía honor alguno para reivindicar y sintió que lo invadía un vahído de miedo y vergüenza. Entonces no se hundió el sable sino que se sumió en el sopor de un sueño plagado de pesadillas, sintiendo que salía impelido del seguro Japón de sus ancestros para enrumbar al Perú, país al que tan profundamente había llegado a odiar. Se dio cuenta que le habían crecido poderosas alas con las que raudo cruzo el Atlántico, para pronto encontrarse surcando el cielo andino, pero poderosos vientos lanzados por los apus lo lanzaron más al sur, hasta Chile, desde donde una bandada de cóndores lo espantó hasta Lima. Cuando despertó se hallaba frente a un tribunal compuesto por adustos jueces interrogándolo sobre sus múltiples y horrorosos crímenes y latrocinios. El dedo gordo de su mano izquierda le ardía con intensidad. Entonces empezó a dormirse y despertarse de manera intermitente, pues las terribles pesadillas que lo acompañaban lo hacían volver a la realidad para en seguida retornar al sueño, donde lo esperaban miles de carcanchas horrendas coreando: “¡La sangre derramada, jamás será olvidada!”. Así sintió que transcurría el tiempo por toda la eternidad.

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